A manera de homenaje
El Lic. Abelardo Gutiérrez Montoya se distinguió por ser un funcionario público adelantado a su época. No requería revisar las normas para tener siempre un comportamiento honesto, austero y disciplinado. Son principios que daba por hecho para los servidores públicos, como un compromiso y una conducta ordinaria, sin necesidad de la amenaza de coerción. Para Don Abelardo “el deber ser” que conceptualmente como categoría corresponde a las normas, respecto de los valores como la honestidad, la austeridad y la disciplina, corresponde a los “hechos”.
En su oficina destacaba un cuadro con la frase de Benito Juárez: “…los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”. Dicha expresión no quedaba colgada de la pared, empalmaba con su práctica cotidiana, como forma y ejemplo de vida.
Siempre defendió sus ideas y propuestas con energía y sólidos argumentos jurídicos, políticos y éticos. Estaba acostumbrado a presentar documentos sin errores ortográficos o gramaticales y mucho menos faltos de técnica jurídica, razonamiento lógico y metodológico o sin fundamento legal y sociológico.
Orgulloso de su origen y sus vivencias infantiles en Teoloyucan, Estado de México, expresaba su mayor emoción por pertenecer a la UNAM y formar parte de una generación posrevolucionaria que construyó al México moderno. La Escuela de Derecho en las nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria, los sabios maestros que formaron a las generaciones de los años 50 y 60, siempre fueron valorados y recordados con enorme gratitud y correspondía con el profesionalismo y la calidad que caracteriza a los “viejos juristas”.
Fue líder estudiantil que incomodó con su natural rebeldía a quienes buscaban mantener privilegios. Siempre buscó caminos alternos que llevaran a tener una mejor sociedad, más igualitaria, justa y educada. Su liderazgo no sólo atraía a los que compartían sus ideas, también infundía respeto de quienes tenían diferencias.
La recomendación que siempre expresó a los jóvenes que tuvimos el privilegio de conocerlo era muy simple: ¡pónganse a estudiar! y sugería la lectura de diversos textos que en muchas ocasiones recitaba de memoria. Esto acompañado de la práctica cotidiana de un trabajo cuidadoso, intenso y apasionado, acorde con la responsabilidad institucional y social. En lo particular me generó la inquietud por estudiar Derecho, en un momento en donde los economistas estaban en la cúspide de las decisiones, pero con una gran ausencia del marco jurídico.
Don Abelardo, estuvo presente en lugares y momentos clave del cambio en el orden mundial y participó en los sucesos que transformaron la correlación de fuerzas en el marco internacional, siempre manteniendo una actitud de apoyo a movimientos que consideró favorables para la humanidad y privilegiando su profundo amor a México.
El pasado mes de mayo del año en curso, dejó de existir en el mundo físico, pero perdura por sus hechos en el aprecio de quienes participamos en su actividad profesional y por su contribución discreta y fundamental en la construcción de la estructura que configuró la historia del mundo actual.
Quisiera expresar como es común ante la lamentable ausencia y el dolor que representa, “que descanse en paz”, pero conociendo su tenacidad, seguramente desde donde se encuentre, insistirá en seguir trabajando para contribuir a tener instrumentos jurídicos que conduzcan a una mejor convivencia social.
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